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Editora: María Luisa Prieto
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BADR SHAKIR AL SAYYAB
Traducción del árabe:
Carolina Fraile
EL MESÍAS DESPUÉS DE LA CRUCIFIXIÓN
Cuando me bajaron oí a los vientos
trenzar las palmeras en un largo llanto,
y los pasos al alejarse. Ni las heridas
ni la cruz a la que me clavaron al crepúsculo
me dieron muerte. Escuché: el lamento
cruzaba la llanura entre la ciudad y yo
igual que una cuerda tensa la nave
que cae al vacío. Era el llanto
como un hilo de luz entre la claridad
y las tinieblas en el cielo triste del invierno.
Más tarde dormita, a pesar de lo que siente, la ciudad.
Cuando florecen la morera y el naranjo,
cuando Yaykur se extiende hasta los límites de la imaginación,
cuando verdece unos pastos que cantan su fragancia
y unos soles que la amamantan con su brillo,
cuando incluso su oscuridad reverdece,
palpa el calor mi corazón, mi sangre fluye por el suelo.
Mi corazón es el sol cuando el sol emana luz,
mi corazón es la tierra, mana trigo, flores, agua fresca,
mi corazón es el agua. Mi corazón es la espiga,
su muerte es resurrección: vive en quien come de ella.-
En la masa que se enrolla
y se extiende cual seno joven, cual mama de vida,
perecí con el fuego, se quemó la tiniebla de mi barro y quedó Dios.
Fui principio y en el principio estaba el pobre.
Perecí para que se comiese el pan en mi nombre y me sembraran con la estación.
¡Cuántas vidas viviré! En cada tumba
seré futuro, seré semilla,
seré una generación de hombres, en cada corazón está mi sangre,
una gota de ella o parte de una gota.
Regresé, palideció al verme Judas...
pues yo era su conciencia.
Como si fuera una sombra mía ennegrecida, la imagen de una idea
que se helara y el espíritu se alejara de ella.
Temió que mostrase la muerte en el agua de sus ojos...
(Sus ojos eran una roca
donde ocultaba su tumba de los hombres)
Temió su calor, lo absurdo, preguntó:
"¿Eres tú o es mi sombra ya blanca que se difumina en la luz?
Vienes del mundo de la muerte pero la muerte sólo pasa una vez.
Eso dijeron nuestros padres, eso nos enseñaron, ¿era mentira?".
Así pensó cuando me vio, su sola mirada lo dijo.
Un pie corre, un pie, un pie,
la tumba, al caer sus pasos, casi se desploma.
¿Es que vienen? ¿Otros? ¿Quiénes?
Pies... pies, pies.
¿Arrojé la roca de mi pecho
o no me crucificaron ayer?... Aquí estoy en mi tumba.
¡Que vengan! Estoy en mi tumba.
¿Quién sabe que yo...? ¿Quién sabe?
Los compañeros de Judas, ¿quién creerá lo que dicen?
Pies... pies.
Aquí estoy, desnudo en mi oscura tumba:
ayer me envolví cual pensamiento, cual rama,
bajo mis sudarios de nieve se cubre de rocío la flor de la sangre.
Fui cual sombra entre las tinieblas y la claridad.
Hice estallar mi alma en tesoros, la desnudé cual frutos.
Cuando hice de mis bolsillos mantos, de mis mangas una túnica,
un día, cuando di calor con mi carne a los huesos de los niños,
cuando desnudé mi herida para vendar la herida de otro,
se resquebrajó el muro entre Dios y yo.
Sorprendió el ejército hasta mis heridas, hasta los latidos de mi corazón,
sorprendió todo lo que no era muerte hasta en un cementerio,
me sorprendió como sorprende a la palmera rebosante de frutos
una bandada de pájaros hambrientos en una aldea abandonada.
Los ojos de los fusiles devoran mi senda
mientras apuntan el fuego sueña en ellos mi crucifixión.
Si son de hierro y fuego, las pupilas de mi pueblo
hechas de luz celestial, de recuerdos y de amor
llevarán por mí la carga. Es noble mi cruz, ¡qué pequeña!
Esta muerte es mi muerte, ¡qué enorme!
Cuando me clavaron y dirigí mis ojos a la ciudad,
apenas si reconocía la llanura, la muralla, el cementerio;
había algo allá donde se desvanece la mirada
cual bosque en flor,
había en cada punto una cruz o una madre entristecida.
¡El Señor sea alabado!
Éste es el dolor de parto de la ciudad.