Tropezando con trampas de la oscuridad,
estábamos así, girando, por largo tiempo,
alrededor del mundo,
cerca de su margen, ceñida de actos.
Nuestra idea del pecado
era incompleta e imprecisa,
no requería explicaciones.
Cuando uno de nosotros da un paso,
se asegura bien de que no pisotea
el sueño de su vecino.
En nuestra cotidiana algarabía,
la comprensión no era necesaria,
debía formar, a cualquier precio,
ese silbido oleado,
con el que uno se acuerda de su existencia.
De repente, nos golpeamos contra la tierra;
eso fue como la caída en la permanencia,
un chapuzón en el tiempo,
una somnolencia sin fin.
Durante largo tiempo, guardaremos ese silbido elevado,
y tomaremos el tiempo blando con cucharas parpadeadas.
Durante largo tiempo, guardaremos
el asombro de los transeúntes
cuando recuperamos el aire
con pinzas,
haciendo cosas raras que eran, simplemente,
nuestras maneras de no ser.