El recuerdo habita en el corazón treinta años,
y a continuación se abre en la sangre
una rosa obvia.
Los recuerdos se generan de eventos quizás
no vividos,
se generan de casos vagos, y cada vez, anda hacia
un pasado de tiempo inmemorial, ese cuerpo se examina en él,
convive con ellos, como hacemos en presencia de un ser extraño
a quien, por educación, respetamos en exceso.
Con la perseverancia de un sastre ciego
teje el corazón de su melancolía
una bola grande
se dispersa en todas las direcciones,
y se recoge alrededor de un eje invisible.
Como un ave de hierro
el hastío se cierne alrededor de la piel de este poema.
Ramos de flores
De repente, se hizo viejo, y no estaba preparado para eso; de repente, encontró su vida contada por décadas de años. Años acudidos como furgones dislocados de un tren apurado en el desierto, independientemente de las instrucciones del conductor; hubiera querido ser él aquel conductor libre de cualquier atención. Soñó con un inmenso desierto, lo cruzaba como un sonámbulo, fascinado por las imágenes de la arena, la inmensidad desnuda y el fulgor de los espejismos acariciando su imaginación herida y su perpleja lozanía.
Pensó en sentarse en intersecciones contando los transeúntes, en ramos de flores que regalar a músicos ciegos que se mezclaban con sus instrumentos, pensó que él era el músico ciego guiado por sus hijos a un oasis de sensaciones que pasó toda sus vida en busca de él, pensó en un truco que le permitiera romper las barreras y los números, y que su vida le pareciera como una frase musical que se eleva y continúa sin principio ni fin.